Josefa Villarroel (Directora Ejecutiva de Garage, la Aceleradora de Negocios y Cowork de la Universidad Adolfo Ibáñez de Chile) se pregunta por los dilemas para que los alumnos universitarios desarrollen un emprendimiento con éxito. Por un lado, cómo promover el emprendimiento y la innovación sin generar, al mismo tiempo, el abandono de los estudios. Y, en el otro extremo, no saturar a los estudiantes con mucho “show” alrededor del tema, que transforme al proceso de emprender e innovar en una caricatura.
Desde hace unos años, el interés por las universidades en incorporar programas de emprendimiento e innovación ha ido en aumento. Hoy todas, sin excepción, utilizan estos conceptos como parte elemental de su estrategia de difusión. Taller de emprendimiento y cursos de innovación son un mínimo en las ofertas curriculares, y las clásicas ferias de emprendimiento universitario demuestran en la práctica el resultado de un semestre de ejercicio académico como el cierre perfecto de cada semestre.
Pero más allá de esto, no es fácil poner en marcha un proyecto de promoción del emprendimiento al interior de la universidad, que a veces riñe con lo académico e incluso se vincula con el temido “lucro”, que es obviamente el fin de las empresas que se busca crear.
Ya lo saben aquellas instituciones que hace más de 10 años, acogiendo un estímulo del Gobierno, trataron de gestar “incubadoras universitarias de base tecnológica”. Éstas tendrían la misión de amalgamar todo el conocimiento y recursos presentes al interior de la universidad y crear “emprendimientos dinámicos de alto potencial de crecimiento”. Sin embargo, en la práctica, la falta de compromiso de las mismas universidades para empoderarse del tema, escasos estudiantes y académicos dedicados a desarrollar emprendimientos, sumado a la dependencia de fondos estatales, transformó a muchas de estas incubadoras en unidades prestadoras de servicios externos.
Por otra parte, si consideramos que los estudios universitarios son sólo una etapa más en el proceso educativo tradicional de una persona, que a lo menos ha cursado 12 años de escolaridad que lo formó para bien o mal sobre diversos temas, incluidos el emprendimiento y la innovación, me pregunto: ¿Son las universidades el último recurso para insertar en los futuros profesionales el tan ansiado ADN emprendedor que nos transformará en un país desarrollado? ¿Es ese el diagnóstico que ha generado la alta inversión de recursos del Estado en programas para que las universidades creen incubadoras, aceleradoras, coworks y ahora los llamados lab?
Hoy, en un efervescente clima donde todo llama a emprender sin límites, resulta más crítico aún resolver cómo se enfrenta dentro de la estructura tradicional el desafío de promover que los alumnos, durante sus estudios, desarrollen un emprendimiento y tengan éxito. Es necesario averiguar cómo se acogen esas demandas para compatibilizar estudios y emprendimiento. Cómo promover el emprendimiento y la innovación sin promover, al mismo tiempo, la deserción de los estudios universitarios. Y, en el otro extremo, evitar saturar a cientos de estudiantes que han elegido el camino universitario no para crear su startup, sino para proyectarse como empleados en una compañía. Con tanto “show” alrededor del emprendimiento y la innovación podemos estar creando una generación que, más que sensibilizarse, puede generar una aversión a la caricatura del rockstart emprendedor.
Así, el rol de las universidades en emprendimiento, no pasa principalmente por temas de recursos, ni metodologías, sino por el propósito que cada universidad se fija al momento de prometer emprendimiento e innovación en sus aulas.