Un reciente artículo en un medio de Buenos Aires explica por qué la Argentina participa centralmente en el desarrollo de la vacuna de Oxford para enfrentar al coronavirus. Paso a paso, con datos y detalles de la evolución histórica del vínculo entre empresas, Estado y los recursos científicos y tecnológicos, la nota muestra las oportunidades que surgen de esa alianza, en beneficio del sector privado y de la sociedad en su conjunto.
El analista Jorge Castro publicó hace pocos días en el diario Clarín de Buenos Aires un artículo titulado “Grupo Insud, vacuna Oxford, Bioceres, Consejo Agroindustrial: el camino argentino hacia el siglo XXI”. A lo largo del texto, Castro avanza en dos dimensiones: el desarrollo científico-tecnológico, y la creación de valor a través de la inversión empresarial aliada a políticas públicas.
Primero, hace hincapié en un tema de rigurosa vigencia: la pandemia. Y explica que la Argentina participa centralmente en el desarrollo de la vacuna de Oxford, “porque existe una fuerza de trabajo altamente calificada que se encuentra entre las primeras del mundo por su nivel científico y tecnológico”.
A continuación, da detalles sobre el despliegue de la empresa a cargo de tal iniciativa: “En las tres plantas de Garín, en que se desempeñan 1.600 trabajadores, incluyendo 600 científicos de nivel internacional, el Grupo Insud – presidido por Hugo Sigman, que a su vez es el principal accionista privado de Bioceres- desarrolla en su laboratorio mABxience el extraordinario proceso de transferencia de tecnología que es la vacuna Oxford que puede terminar con el coronavirus en los próximos seis meses, un acontecimiento de alcance mundial”.
Y luego enfatiza el rol de una empresa en particular: “A la cabeza del ecosistema biotecnológico argentino se encuentra Bioceres, entidad fundada hace 18 años por 400 productores agroalimentarios de punta, cada uno de los cuales aportó U$S 100. A través de un acuerdo público – privado (…) Bioceres ha logrado más de 200 patentes biotecnológicas de nivel internacional –los estándares los fija Estados Unidos-, en una notable trayectoria científica y tecnológica que ha culminado con su conversión en la primera start up agrícola de Wall Street”.
Luego Castro da un panorama más general de ese ecosistema en el país: “El mundo biotecnológico argentino está constituido por unos 800 grupos científicos, además de 1.000 proveedores altamente especializados de las 20 empresas de punta encabezadas por Bioceres. En este sistema altamente innovador y competitivo se encuentra el Grupo Insud, que es uno de los tres grandes conglomerados biotecnológicos del mundo”.
Tras ubicar al sistema biotecnológico argentino como el primero de América Latina y uno de los tres más avanzados del sistema global, el autor explica las dos grandes razones de semejante desempeño: “en primer lugar, una estrecha vinculación público-privada, que es un ejemplo paradigmático de lo que puede hacer el respaldo del Estado a un sector esencial de la sociedad civil; y luego, que es ciencia aplicada, resultado de una íntima alianza entre una elite científica de nivel mundial (…) y el sistema productivo agroindustrial, que es el primero del mundo”.
Define luego que “el ecosistema Bioceres es la manifestación más lograda de la bioeconomía argentina, el complejo productivo que abarca desde la producción primaria hasta el grupo Insud y las otras 16 start ups agrícolas high tech que aspiran a cotizar en Wall Street (…) La bioeconomía es la dimensión biológica de la nueva revolución industrial, que es la cuarta en la historia del capitalismo”.
A diferencia de lo que suele pensarse, Castro enfatiza que “la principal ventaja comparativa de la Argentina en materia de bioeconomía no está en sus recursos naturales, sino en la extraordinaria calificación de su capital humano”.
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