Numerosos estudios, desde diferentes perspectivas teóricas, reconocen la importancia que tiene la actividad emprendedora para el crecimiento y desarrollo de los países. Las empresas nuevas y jóvenes suelen ser consideradas como importantes generadoras de empleo y estar asociadas a la introducción de innovaciones, el cambio estructural, la competencia, la eficiencia y la diversificación de actividades (Audretsch y Keilbach 2007; Naudé 2008; Vivarelli 2014).
Sin embargo, la evidencia empírica indica que la realidad se comporta de una manera más compleja (Acs y Müeller, 2006; Nyström, 2008; Van Praag y Verslot, 2007). En efecto, lo que terminan mostrando los últimos estudios es que sólo una porción de las nuevas empresas que se crean – aquellas que logran sobrevivir y crecer – son las responsables de la mayor parte de estos efectos (Henrekson y Johansson, 2010; Nightingale y Coad, 2013; Haltiwanger, Jarmin y Miranda 2013; Decker, Haltiwanger, Jarmin, y Miranda, 2014). Por sus características, la literatura internacional ha llamado a estas últimas empresas con el nombre de gacelas o empresas de alto impacto. En América Latina, es más común referirse a los emprendimientos y nuevas empresas dinámicas. Este término se utilizó por primera vez en los estudios pioneros de la Universidad Nacional de General Sarmiento y el Banco Interamericano de Desarrollo y ha tendido a ser adoptado en forma bastante generalizada (Kantis y otros, 2002; 2004).
El emprendimiento dinámico es un concepto que incluye a las empresas gacelas o de alto impacto (Haltiwanger 2009; Henrekson y Johansson 2010; Haltiwanger y otros, 2016) pero también al conjunto más amplio de empresas que sin tener un ritmo de crecimiento sostenido y exponencial, registran trayectorias que les permiten no sólo sobrevivir los primeros años sino también convertirse en pocos años en (al menos) pymes competitivas con proyección de seguir creciendo (Kantis y otros, 2015). En ese sentido, tendría varios puntos de contacto con el concepto de productive entrepreneurship (Baumol, 1990) o transformational entrepreneurship (Schoar, 2010). Además, es una definición que resulta de especial validez en el contexto latinoamericano, en el cual es muy importante expandir la base de pymes competitivas con potencial de crecimiento para cerrar la brecha de productividad y promover el cambio estructural (Hidalgo y otros, 2014; Pagés 2010).
Ahora bien, para poder entender el surgimiento de estos emprendimientos dinámicos es necesario adoptar una perspectiva evolutiva y sistémica que se aleje de conceptualizaciones puramente individualistas y que incorpore decididamente las influencias del contexto social, cultural, económico, político y regulatorio a lo largo de las distintas etapas del proceso de emprendimiento y de posterior crecimiento y desarrollo de la empresa ya creada.
Esta perspectiva sistémica, planteada en trabajos a inicios de la década pasada (Kantis y otros, 2004) y otros más recientes (Acs y otros 2014, Kantis y otros, 2014, 2015 y 2016), tendió a evolucionar hacia una mirada focalizada en el ámbito local como consecuencia de la existencia de importantes heterogeneidades en cuanto al potencial emprendedor entre ciudades dentro de un mismo país (e.g. Acs y Armington, 2004; Audretsch y Belitski 2017; Quinn y otros, 2013). Estas diferencias son reflejo de los distintos senderos evolutivos por los cuales atraviesan los espacios territoriales y de las especificidades locales que adquieren los factores contextuales en la explicación del surgimiento de nuevas empresas. Todo esto, además, en un marco de renovado interés en los territorios y en su rol como factor de desarrollo (Maillat, 1995).
En este contexto, el concepto de ecosistema emprendedor (en adelante, EE) fue ganando terreno, principalmente, entre emprendedores, instituciones de apoyo y funcionarios públicos (Stam y Spiegel, 2017, Isenberg, 2011, Mason y Brown, 2017, Kantis 2017). Popularizado en base a los casos exitosos del Silicon Valley, Israel o a los ejemplos de Universidades como Stanford o MIT, es cada vez más frecuente encontrar referencias a ecosistemas virtuosos o a la necesidad de desarrollar los ecosistemas dentro de los discursos y acciones de los gobiernos (Audretsch y Belitski 2017; Autio y Levie 2017; Kantis y Federico 2012).
Sin embargo, como todo concepto nuevo y en construcción, existe en la literatura académica una amplia proliferación de definiciones y posibles abordajes, generando una importante dispersión y fragmentación del conocimiento. Quizás por ello, en el último año han aparecido varios estudios que buscan ordenar y jerarquizar las principales ideas y conceptos detrás del EE (Acs y otros, 2017; Borissenko y Boschma 2017; Brown y Mason 2017; Stam y Spigel, Kantis 2017). Además, estas revisiones puntualizan una serie de indefiniciones, críticas y áreas vacantes en relación al concepto de EE.
En este contexto, este capítulo se propone analizar el estado actual de la discusión en torno al concepto de EE, revisando sus antecedentes, aspectos definicionales y reflexionando acerca de las especificidades que trae consigo este enfoque vis a vis otros conceptos similares íntimamente ligados como los clusters y los sistemas de innovación.